Tal como se preveía en las encuestas previas y en el humor popular brasileño, Jair Mesías Bolsonaro fue electo presidente de la República Federativa del Brasil el pasado 28 de octubre, y aunque previsible no deja de ser shockeante que un candidato que defiende posturas de extrema derecha cuente con el aval del 55% de los votos positivos emitidos.
A diferencia de lo que muchos creen, estoy convencido que las mayorías también se equivocan. La mayoría de votos no es más que la forma que adoptamos para elegir de una manera democrática a quiénes nos gobernarán (en aquellos lugares en que lo decidimos de esa manera, y no por ser parte de una familia determinada… digamos, los Borbones por ejemplo), pero que por múltiples razones esa mayoría puede ser influenciada, confundida o tan solo hace una evaluación para tomar decisiones que quizás son buenas en el corto plazo, pero a un costo altísimo en el mediano y largo. Este parece ser el caso.
Los estudios sociológicos realizados al electorado brasileño ponen de manifiesto que la mayoría descree en las instituciones, en el gobierno y, lo que es más grave, descree de la democracia como sistema para organizar la vida en sociedad, situación que en parte es responsabilidad de los propios políticos, fundamentalmente de quienes detentaron el gobierno desde principios de la década pasada.
Las causas de corrupción que involucran a los miembros del Partido de los Trabajadores (PT), y la falta de condena por parte de quienes militando a su par no eran cómplices, expusieron que incluso quienes levantaron históricamente la bandera de la honestidad sucumbieron a las mieles del dinero fácil y la delincuencia, lo cual hizo que el PT ya no fuera una opción electoral, sino que, para peor, se convirtió en algo a echar a un lado, situación que se vio con crudeza en las elecciones de primera vuelta que determinaron la composición de los diferentes Parlamentos, que incluyó una durísima derrota de la ex Presidente Dilma Rousseff que le impidió ser parte de la Cámara de Senadores.
No hay duda que la forma en que el PT ejerció el poder fue una de las causas del triunfo de Bolsonaro. El mismo Partido que supo ser, de la mano de Lula, una bocanada de aire fresco en la política brasileña tras los 21 años de dictadura, y los interregnos del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), partidos creados por la dictadura en su retirada, y la frustrante experiencia de Fernando Collor de Melo fue el sepulturero del sistema político. Si la solución a los problemas del país no venía por quienes acaparaban la izquierda del espectro, no hay dudas que la respuesta vendría por derecha… y en este caso, por extrema derecha.
Jair Bolsonaro es la respuesta lógica a la realidad del sistema político brasileño. Aunque duela decirlo y reconocerlo, no se puede hablar de sorpresa, en todo caso, solo podremos hablar de frustración, y de no haber sabido reconocer a tiempo las señales de alarma que el propio sistema daba a partir del hastío de la sociedad. Para enumerar casos concretos, el de José Dirceu fue paradigmático. Fundador del PT, Jefe del Gabinete Civil de la Presidencia de la República e histórico ladero de Luíz Inácio ‘Lula’ Da Silva, fue condenado en segunda instancia a un total de 30 años y nueve meses de cárcel por corrupción en los casos denominados ‘mensalão’ y ‘petrolão’. Y el propio Lula fue condenado, e impedido de ser candidato de acuerdo a la denominada Ley de Ficha Limpia sancionada por él mismo.
Y mientras el PT, sus dirigentes y sus militantes reclamaban por lo que denominaban la ‘proscripción’ de Lula, pagaron las consecuencias todos ellos de no haber reclamado por honestidad y cárcel para los delincuentes. Por acción u omisión fueron cómplices y la ciudadanía les estaba reclamando por ello.
Como decíamos tiempo atrás, ‘no se trata, como muchos pretenden hacernos ver, de un avance de la derecha que pretende acorralarlos, ya que Dirceu, por ejemplo, fue juzgado y condenado durante el gobierno petista, y además, no es tan complejo demostrar la inocencia cuando uno lo es. No arrecian las acusaciones sin ton ni son contra todos los dirigentes del PT, la Justicia avanzó contra algunos de ellos, y quienes han sido hallados culpables fueron condenados’. La situación era clara.
La elección de ayer demostró que las sociedades buscan respuestas, y cuando no las encuentran, buscan nuevos interlocutores para hallarlas. También expuso claramente que las expectativas de la ciudadanía van mutando, puesto que la Presidencia de Lula ‘estuvo marcada por el posicionamiento del país como una potencia mundial, triplicando, tras sus 8 años al frente de la Presidencia, el PIB per cápita del país y logrando sacar de la pobreza a más de 30 millones de brasileños (casi el 15% de la población) con políticas que luego fueron modelo para otros países, tales como Hambre Cero o Bolsa Familia. Estos logros, que muy pocos mandatarios mundiales pueden esgrimir, ponían de manifiesto que las cosas efectivamente podían hacerse de manera diferente, que se podía hacer política de otra manera.’, pero sin embargo los brasileños querían que se hiciera esto y de manera honesta. No compartían el ‘roban pero hacen’.
Brasil no supo reconocer las señales de alarma, ¿podrán hacerlo otros países?
Raúl Alfonsín, en otro contexto, lo expuso en el discurso que brindó en 1988 con motivo de la inauguración de la 102° Exposición de Ganadería, Agricultura e Industria Internacional cuando respondiendo al entonces Presidente de la Sociedad Rural Argentina le manifestó que ‘Recuerdo de qué manera, a través de las lecturas -claro- Thomas Mann criticaba a la recuperada democracia alemana en los años veinte y en los años treinta, y recuerdo de qué forma de esta manera, sin quererlo, este gran demócrata le abrió en definitiva las puertas a Hitler. Recuerdo también de qué manera sucedía lo mismo en Italia’.
Marine Le Pen lo dijo claramente. ‘Estamos ante un momento histórico. Es la historia con una gran ‘H’ la que se va a escribir en mayo. Es la emergencia de una Europa de las naciones’, ¿sabrá Europa ver las señales cada vez más notorias? Hoy la extrema derecha ‘está presente en 17 parlamentos nacionales de la UE, en ocho de las diez mayores economías del bloque. En siete países de la Unión han entrado ya en el Ejecutivo o lo apoyan desde fuera. En dos, gobiernan en solitario’.
Si nadie escucha a la ciudadanía, ésta buscará su propia Vox.
Publicado en Diario 16, Madrid.