Hoy se cumplen treintaiún años de cuando los españoles acudían a las urnas para votar en un referéndum si apoyaban o no la continuidad del Reino de España en la Organización del Tratado del Atlántico Norte.
Pretendiendo dar cumplimiento a una promesa de campaña casi cuatro años después de la campaña, el socialismo en el gobierno convocó a un plebiscito sobre la permanencia o no del país en la organización militar liderada por Estados Unidos, y esta vez cambió su slogan de campaña. Del recordado ‘OTAN, de entrada NO’ de cuando España negociaba su ingreso y el socialismo estaba en la oposición, a apoyar el Sí cuando ‘cambió de lado del mostrador’.
En una versión europea del denominado Teorema de Baglini (que en realidad, según su expositor, debiera denominarse Teorema de Arnulphi) que formula que ‘la seriedad y responsabilidad de las posiciones es inversamente proporcional a la distancia que a uno lo separa del poder’ puesto que “a menor distancia del poder, menor irresponsabilidad y mayor responsabilidad. A mayor distancia del poder, menor responsabilidad y seriedad y más irresponsabilidad en todas las posiciones y postulaciones”, el PSOE cambió 180° su posición e hizo campaña por el apoyo a su postura. Son recordados los versos que le dedicara Javier Krahe al entonces Primer Ministro español Felipe González cuando le espetaba que ‘Tú decir que si te votan, | tú sacarnos de la OTAN, | tú convencer mucha gente. | Tú ganar gran elección, | ahora tú mandar nación, | ahora tú ser presidente. hoy decir que esa alianza | ser de toda confianza, | incluso muy conveniente. | Lo que antes ser muy mal | permanecer todo igual | y hoy resultar excelente.’
Más allá de las razones y las consecuencias del cambio de opinión y del mantenimiento del Reino de España en la OTAN, queremos hacer en estas líneas una breve reflexión acerca de la importancia del mantenimiento de una línea de pensamiento en los dirigentes políticos cuando pasan a ocupar las responsabilidades por las cuales lucharon tanto tiempo procurándolo.
En este sentido sorprende que Donald Trump cumpla con su palabra, por extremista y reprobable que sea, porque pareciera que estamos acostumbrados a que los candidatos cambien su forma de pensar y actuar al llegar al poder. Hay quienes han comprado esto de la ‘cuestión de Estado’ y justifican por lealtad o seguidismos muchas de las acciones que emprenden los líderes aun cuando éstas van en dirección opuesta a sus propios pensamientos.
Es importante entonces el hacer de la necesidad virtud y copiar lo bueno, que al fin de cuentas (casi) todo lo tiene, incluso de la Presidencia de Donald Trump. Mienten quienes justifican su cambio de opinión en la razón de Estado, puesto que lo único que hacen es ocultar tras este concepto que en realidad este accionar es su propio pensamiento y lo anterior sólo una fachada para el acceso al poder. No se trata de aquello que Maquiavelo describía en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, sino de algo más básico y mundano como el oportunismo de estar donde conviene y no donde convence.
Con el paso de treintaiún años sería bueno aprender de la experiencia recogida, porque pese a haber transcurrido más de tres décadas aún hay quienes siguen actuando de igual manera, y entender que no es obcecación sino coherencia, que no es necedad sino principios, y que lo único que hace que la ciudadanía vuelva a confiar en sus líderes es que no haya distancia en su proceder, cuando se hace lo que se dice, se dice lo que se piensa y se piensa lo que hace.
Publicado en Diario 16, Madrid.
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