A diferencia de Centroamérica y el Caribe, donde la presencia de huracanes tiene cierta cotidianeidad y, frecuentemente, provocan grandes destrozos a su paso, América del Sur no suele tener este tipo de inclemencias climáticas. Pero similares destrozos a los que generan estos tipos de destemplanzas se están viviendo en las clases político-dirigenciales de la región por las consecuencias del proceso judicial que se está realizado en Brasil a directivos de la constructora Odebrecht.
Lo que no lograron ni los héroes de la Independencia de las naciones de la región, ni los líderes que los sucedieron en pos de la construcción de la Patria Grande, lo están consiguiendo un par de inescrupulosos delincuentes vestidos de empresarios con dólares en los bolsillos y pocos pruritos en la conciencia, que según se denuncia montaron un esquema de sobornos y corrupción política que excede su propio país y se expande por el resto del subcontinente sin que pueda preverse aún hasta dónde puede llegar. Cantaba Carlos Mejía Godoy hace unos años, al hablar de Centroamérica, que él era de un pueblo pequeño como un gorrión, y dirigiéndose a sus vecinos de la región les arengaba ‘hermano de tantos pueblos que han querido separar, porque saben que aun pequeños, juntos somos un volcán’… estas palabras pueden aplicarse a América del Sur, porque parece que 200 años después de su nacimiento, muchos de los dirigentes de los países de la región transitan un mismo camino.
Y ese volcán que no pudo construirse de naciones, de Estados ni de pueblos, donde cada vez hay más recelos entre los vecinos, donde los anuncios pomposos de trabajar en la construcción de la Patria Grande no pasan de meras promesas ampulosas que no se concretan, logró configurarse en el ámbito privado, porque delincuentes a cargo de funciones públicas de los gobiernos, aliados a delincuentes con responsabilidades de dirección en Odebrecht, según se conoce por las investigaciones judiciales, construyeron una sociedad en la que la constructora brasileña se hacía de las principales obras de infraestructura a cambio del pago de jugosos sobornos a quienes debían garantizar la transparencia de los procesos licitatorios.
Así, según estas investigaciones, se pagaron coimas en Brasil, Argentina, Ecuador, Perú, Colombia y Venezuela. No hubo distinción ideológica ni de bloque político en la maniobra. Según se investigó, y asumieron los directivos de la constructora, se pagaron sobornos a países integrantes del bloque izquierdista (con las salvedades del caso de forzar la categorización e incluir en su seno a gobiernos que dudosamente puedan ser catalogados como tal, y ubicar a la Argentina de Kirchner en este bloque es una prueba de ello) como a países ubicados a sus antípodas, la única ideología era la del dinero.
Según se desprende de las pesquisas, Odebrecht habría financiado parte de las campañas presidenciales que llevaron al gobierno a Alejandro Toledo en Perú, Juan Manuel Santos en Colombia y Luis Inácio Da Silva en Brasil.
Una vez más la configuración política de los países sudamericanos rompe el eje izquierda|derecha o el más moderno progresista|conservador, puesto que se configura una diferenciación más básica y primigenia que pone a un lado a quienes son honestos y actúan en la función pública de manera honrada, enfrentados a aquellos delincuentes que, disfrazados de manera oportunista como políticos, pretenden ocupar responsabilidades públicas para garantizar negociados y engordar sus cuentas bancarias.
Por eso la región necesita establecer horizontes hacia los que dirigirse, pero hacerlo en un marco de transparencia. Más allá de las obvias diferencias ideológicas, se debe excluir del sistema y encarcelar a quienes lo trampean, a quienes con su accionar ponen en duda y cuestionamiento a la propia democracia, y entonces sí, en un juego limpio y abierto, competir por concitar la mayor cantidad de apoyos ciudadanos en base a proyectos e ideas diferenciados, pero sobre un consenso básico que establece qué está bien y qué está mal.
Un país no puede salir adelante de manera tramposa y amañada, una región mucho menos. Durante 200 años no logramos compartir un proyecto común que trascienda los discursos y los anuncios, y los recelos y los conflictos abundaron, ya que se veía al país vecino como un adversario más que como un socio o, más aún, como un hermano… Odebrecht lo logró.
Que la unión de delincuentes que logró Odebrecht con dinero nos haga entender que cuando se quiere se puede, y unámonos todos, como tras el paso de cada huracán por Centroamérica y el Caribe, para reconstruir la región sobre bases éticas y honradas que pongan al ciudadano por encima del negocio y al corrupto en la cárcel en lugar de ocupar funciones de gobierno.
Publicado en Diario 16, Madrid.
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