Coautora Laura Salvatore.
Vamos a hablar de bullying, pero en serio, porque ya no es una campaña en una red social a la cual nos sumamos con empatía por lo que pasa pero que vemos lejana y distante con nuestra realidad cotidiana, hoy el bullying es una práctica común entre nuestros niños.
Y el bullying es más, mucho más, que el adjudicar apodos descriptivos, aún en cierta forma ofensivos, que utilizábamos en nuestra niñez y juventud y que se prolongaron a lo largo de nuestra vida para seguir llamando aún hoy a nuestros amigos por aquellos sobrenombres de nuestra infancia. Ya no es la discusión por un chocolate o una tita creyendo que eso era lo importante, cuando en realidad hay cosas mucho más importante que una rhodesia o una tita, que no pasa de ser una galletita recubierta pretendiendo ocultar que es apenas un pedazo de masa. No, es mucho más que eso. Es el maltrato y la intimidación pretendiendo con ello dominar al otro. Ya no es una discusión entre pares, es el pretender imponerse, fundamentalmente en términos emocionales, para ejercer entonces una supuesta superioridad inexistente.
Esta realidad que describimos está mucho más cercana de lo que creemos y, sin lugar a dudas, mucho más próxima de lo que nos gustaría. Numerosos niños de las escuelas de nuestra ciudad se enfrentan a estas humillaciones, insultos, motes, menosprecios en público y muchos otros tipos de actitudes que buscan minar la autoestima del destinatario de las burlas cuando, en realidad, lo que pone de manifiesto es la limitada autoestima de quien pretende imponerse a través de estas acciones.
Hace unos meses se denunció en los medios de comunicación locales lo ocurrido en uno de los colegios religiosos de la ciudad y en otro de ellos es recurrente la aparición de situaciones que ya exceden el corrillo de padres y madres. Y resulta paradójico que esto ocurra en colegios religiosos en los que, en teoría, se promueven valores de inclusión y tolerancia, una vez más la historia entra en un bucle y repite situaciones ya vividas, y como San Agustín, como un converso que dice ser una cosa y es otra, abjuran de los valores que debieran estimular.
La clave, creemos, está en no creer que esto ‘es cuestión de chicos’, no. No es cuestión de chicos porque los chicos son, por ahora, un reflejo de lo que nosotros les enseñamos. Están aún en una etapa de formación en la que no nos podemos sorprender, y mucho menos desligar, por su accionar porque éste no es más que la réplica de lo que nosotros hacemos. Nuestros hijos no aprenden de nuestras palabras, nuestros hijos aprenden de nuestras acciones que, a sus ojos, son ejemplos de cómo se debe actuar. De nosotros depende que nuestros hijos se preocupen por el valor o el precio de las cosas y por saber que las personas tienen valores y no tienen precio. Por eso no son cosas de chicos, porque tenemos que involucrarnos para que este tipo de acciones no se propaguen entre nuestra infancia.
Como en el resto de las cosas, el futuro de nuestros hijos está en nuestras manos. Nosotros somos los responsables de sus acciones. La escuela instruye, nosotros educamos. Y juntos, escuela y padres, tenemos que formarlos para construir una sociedad mejor, tolerante, inclusiva y para todos. Y aunque muchos de los niños se eduquen hoy en nuestra ciudad en colegios religiosos, y en ellos se hayan dado varios de los casos de bullying, su erradicación no depende de cuestiones celestiales sino absolutamente terrenales. Con milagros no, con acciones.
Publicado en El Debate, Zárate.