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    Cuando el voto no alcanza para la presidencia

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    By principedelmanicomio on 30 octubre, 2025 Artículos periodísticos

    Crónica del ocaso de la cortesía republicana en Zárate 🏛️💀

    Hubo un tiempo, créase o no, en que los concejos deliberantes -esas pequeñas ‘repúblicas municipales’ donde el poder se mira a sí mismo en miniatura, a veces con orgullo y otras con vergüenza ajena- sabían leer el resultado de una elección con algo que hoy parece ciencia ficción: decoro institucional.

    No hacía falta que la ley lo dijera ni que el reglamento lo anotara con letra chiquita y firma certificada. Bastaba el reflejo del voto ciudadano. Quien había ganado en las urnas, presidía el cuerpo. Así de simple. Así de lógico. Una cortesía republicana, una convención de respeto entre adversarios que entendían que la democracia no se mide sólo en números de bancas sino también en gestos de civilización política.

    Hoy esa práctica parece parte de una arqueología política, un fósil institucional que se exhibe en los discursos tribuneros de los inicios de períodos de sesiones pero ya no habita en la realidad cotidiana de ningún recinto deliberativo. Es como hablar de caballerosidad en plena era Tinder: todos saben que existió, nadie recuerda cómo funcionaba.

    Y el caso de Zárate es un ejemplo perfecto -o trágico, según el cristal con que se mire- de cómo esa costumbre fue sepultada bajo el barro de las alianzas circunstanciales, los pactos de supervivencia política y las pequeñas (y no tan pequeñas) miserias de la rosca local. Porque si algo caracteriza a la política zarateña es su capacidad de convertir cualquier principio republicano en material de negociación.

     

    🗳️ El que gana, conduce… ¿o conducía? (Memorias de cuando las cosas tenían sentido)

    En la tradición política argentina había consolidado una regla no escrita, aunque no siempre respetada (porque en Argentina lo que no está escrito con sangre en la Constitución es apenas una sugerencia): la presidencia del cuerpo deliberativo debía corresponder al bloque que triunfó en la última elección, aunque no contara con mayoría propia para gobernar el recinto como monarca absoluto.

    No era una norma jurídica de esas que estudian los abogados en la facultad, sino una convención democrática nacida del respeto a la voluntad popular. Una reliquia, vamos. La lógica era tan sencilla que hasta un estudiante de primer año de Ciencias Políticas la entendería (aunque quizás no un concejal zarateño, pero eso es otro tema): si el pueblo votó un cambio, ese cambio debía reflejarse en la conducción institucional del Concejo.

    El cuerpo podía estar dividido como el país en un clásico, pero el símbolo de su presidencia debía recordar quién había ganado en las urnas. Era un pacto tácito de supervivencia democrática: vos ganaste, vos conducís. Yo perdí, hago la oposición. Simple. Claro. Republicano.

    Esa costumbre sobrevivió a golpes de alternancia política, a gobiernos débiles que se caían solos, a crisis económicas que hacían volar por el aire cualquier plan de gobierno, y a escándalos de corrupción que habrían hundido a cualquier sistema menos resiliente. ¿Por qué sobrevivió? Porque era un modo de mantener viva una mínima coherencia republicana en medio del caos argentino.

    El Ejecutivo gobernaba (o intentaba), el Legislativo controlaba (o fingía), y la presidencia del Concejo representaba la voz más fresca del electorado. Era el termómetro de la opinión pública traducido en instituciones. Pero claro, esto era antes. Antes de que Zárate decidiera que las convenciones democráticas son para los ingenuos que todavía creen en Papá Noel y en la división de poderes.

     

    🇦🇷 Un espejo nacional (Cuando Macri era progre institucional)

    El ejemplo más claro de esta práctica puede verse a nivel nacional, y es casi irónico recordarlo en estos tiempos de rosca permanente.

    Cuando Mauricio Macri asumió en 2015, Emilio Monzó, del PRO, fue designado presidente de la Cámara de Diputados, pese a que el peronismo seguía teniendo mayoría numérica en el recinto. Lean bien: el partido que había perdido las elecciones presidenciales aceptó que la presidencia de la Cámara pasara al oficialismo.

    ¿Masoquismo político? ¿Ataque de republicanismo agudo? No. El Congreso entendió entonces que la presidencia debía recaer en el espacio que había ganado el Ejecutivo, porque respetar la voluntad electoral era más importante que administrar una ventaja parlamentaria como si fuera un negocio inmobiliario.

    El gesto era parte del pacto de gobernabilidad tácito que la democracia argentina mantenía desde 1983: quien gana conduce, quien pierde acompaña. No era amor, era convivencia civilizada. Como cuando te bancás al cuñado insoportable en Navidad porque así funcionan las familias. Así funcionaba la democracia.

    Esa cortesía institucional se repitió en legislaturas provinciales, consejos escolares y concejos deliberantes de todo el país. Era una forma de leer la política como un sistema, no como un ring de vale todo donde el último que queda en pie se lleva la presidencia y el martillo.

    Pero bueno, eso fue antes. Cuando todavía importaba el gesto. Cuando todavía existía algo llamado decoro republicano. Tiempos remotos, casi prehistóricos para los estándares de la rosca zarateña.

     

    🏘️ El laboratorio zarateño (Donde las buenas costumbres van a morir)

    Pero en Zárate, el laboratorio político de la provincia para muchas cuestiones (y cuando decimos “laboratorio” no lo decimos precisamente como elogio), esa lógica empezó a resquebrajarse hace rato. Como un edificio viejo al que nunca le hicieron mantenimiento, las grietas empezaron a aparecer y nadie hizo nada hasta que todo se vino abajo.

    Durante los primeros años de Osvaldo Cáffaro, cuando Nuevo Zárate emergía como un fenómeno local de gestión territorial y manejo del municipio como empresa familiar, el oficialismo mantuvo la presidencia del Concejo incluso en contextos de minoría. Ya no se respetaba el criterio histórico de “el que gana conduce”, ahora importaba la imposición a fuerza de rosca y negociaciones de pasillo.

    Con el tiempo, cuando la entonces oposición y hoy oficialismo ganó las elecciones, pretendió recuperar el criterio histórico. Qué ingenuos, ¿no? Creían que las reglas republicanas se aplicaban parejo. Pero el caffarismo y el peronismo no estuvieron dispuestos a contentarlos e impusieron su propio criterio: “las reglas son para cuando nos convienen”. El tiempo, como siempre, erosiona los pactos. Y cuando vos los rompiste primero, no podés llorar cuando te los rompen después.

    Con el avance de la fragmentación política local -esa orgía de alianzas donde todos pueden ir con todos y también contra todos, donde hoy sos mi socio y mañana mi enemigo mortal dependiendo de qué esté en juego-, la presidencia del cuerpo se transformó en botín de negociación.

    Dejó de ser una consecuencia del voto para convertirse en una mercancía del acuerdo. Lo que antes se decidía en las urnas, ahora se cocina en los pasillos del Concejo, entre promesas de cargos, favores políticos, futuros puestos de trabajo para familiares y esas presidencias rotativas que parecen sacadas de un manual de “Cómo fingir que hay democracia sin que realmente la haya”.

     

    ⚙️ Del mandato ciudadano al mandato del recinto (O cómo la rosca se comió a la República)

    La caída de esta costumbre no es un accidente de tránsito institucional. Es un síntoma. Un síntoma grave de una enfermedad crónica que afecta al sistema político zarateño.

    Refleja la mutación del sistema político local: la política dejó de responder al mandato ciudadano para responder al mandato del recinto. Es decir, lo que importa ya no es lo que votó la gente un domingo de octubre, sino lo que se puede armar un martes cualquiera en el Concejo con calculadora en mano y WhatsApp funcionando a full.

    Lo que define quién preside ya no es el voto popular, sino la capacidad de armar mayorías momentáneas, aunque sean efímeras como un romance de verano, artificiales como edulcorante y contradictorias como político en campaña prometiendo lo que nunca va a cumplir.

    Esta realidad quedó claramente expuesta cuando una mayoría circunstancial hizo caer la presidencia de Aldo Morino y emergió una nueva mayoría de esas que duran lo que dura un suspiro pero sirven para cambiar el tablero político. Fue el momento en que quedó claro: acá no importan los votos, importan los votos internos del recinto.

    En este nuevo ecosistema político zarateño, la idea de que ‘el que gana conduce’ suena casi ingenua, una reliquia moral de esas que se guardan en el museo junto con la honestidad política y la coherencia ideológica. Es como hablar de lealtad partidaria en tiempos de Cambiemos-va-con-todos-y-después-rompe-con-todos.

    Los concejos deliberantes -Zárate incluido, y con honores- se comportan cada vez más como microparlamentos de coaliciones de ocasión, donde el cargo de presidente es una pieza de trueque en el mercado persa de la política, no una representación simbólica del electorado que votó con la ilusión de que su voto iba a servir para algo más que para calentar la silla.

    Y cuando la política renuncia al símbolo, también renuncia a una parte de su legitimidad. Porque los símbolos importan. El ciudadano vota pensando que está eligiendo un rumbo, pero el recinto decide el rumbo real. El pueblo elige, pero la rosca ordena. El pueblo es el extras en la película, la rosca es el director.

    Así se instala un divorcio silencioso entre la soberanía popular y la realidad institucional. Un divorcio donde el ciudadano paga los gastos pero no tiene ni voz ni voto en cómo se reparten los bienes. Y después nos preguntamos por qué la gente está cada vez más desencantada con la política. Misterio sin resolver.

     

    🪞 Una costumbre que decía más de lo que parecía (El espejo roto de la democracia local)

    Podría parecer un detalle menor, una formalidad de protocolo de esas que sólo le importan a los abogados constitucionalistas y a los obsesivos del reglamento. Pero no lo es. Para nada.

    La presidencia del Concejo es el espejo del sistema político local. Es lo primero que ves cuando entrás al recinto. Es el símbolo visible de cómo funciona (o no funciona) la democracia en tu ciudad.

    Mientras esa costumbre existió, Zárate podía mirarse al espejo y reconocerse como una comunidad democrática que, con sus matices y sus peleas internas, respetaba el veredicto popular. No era perfecto, pero era un piso mínimo de civilidad republicana.

    Cuando la costumbre se perdió, se rompió el espejo. Y cuando rompés un espejo, dicen que te trae siete años de mala suerte. En Zárate llevamos bastante más que eso.

    En su lugar quedó un reflejo distorsionado, como esos espejos de la casa de los espejos del parque de diversiones, donde todo se ve raro y deforme. Un reflejo donde los acuerdos de pasillo valen más que los votos en las urnas, donde los partidos ya no se diferencian por principios o proyectos sino por oportunidades y conveniencias del momento, y donde la legitimidad se mide por la habilidad para juntar voluntades en el recinto, no por el respaldo genuino del electorado.

    Hoy el proceso electoral de dos tiempos expuso dos derrotas oficialistas consecutivas en menos de dos meses. Dos. Seguidas. Como si la ciudadanía estuviera tratando de enviar un mensaje en código Morse político: “Che, no nos gusta el rumbo”. Pero en el recinto parece que nadie tiene receptor.

     

    🎭 ¿Cuál será la nueva realidad? (Spoiler: más de lo mismo)

    Ya lo hemos contado, pero vale la pena repetirlo porque la realidad supera cualquier ficción política:

    ‘En este contexto la nueva conformación del Concejo Deliberante a partir de diciembre sería de 10 legisladores oficialistas, con la incertidumbre de lo que haga Viviana Nazábal (que es más impredecible que el clima zarateño en primavera), 9 concejales peronistas, con la incertidumbre de la capacidad de liderazgo de Leandro Matilla (que tendrá que demostrar si puede manejar un bloque o si se le descontrola como un aula de secundaria sin preceptor), y 1 concejal demócrata.

    Esta composición augura más de lo mismo: un oficialismo arrogante que abuse de su mayoría circunstancial como si fuera eterna, una oposición peronista que se limite a la gestualidad sin consecuencias reales (el “nos oponemos pero no tanto”), y un demócrata solitario tratando de rescatar algo de dignidad institucional mientras todos los demás juegan al Tetris político.

    La situación cambia radicalmente si se elige presidente del Concejo a un representante de la lista ganadora de las últimas elecciones, porque las votaciones las podría definir precisamente el presidente del cuerpo, que tiene doble voto. O sea, el as bajo la manga que puede inclinar la balanza para cualquier lado.’

    Pasaron las elecciones y para la dirigencia política lo que queda es la negociación, la rosca pura y dura. El pueblo ya votó, ahora los adultos hablan en serio. Traducción: ahora viene lo importante, el reparto de cargos.

     

    🤔 Las preguntas que nadie quiere responder (Pero que todos se hacen en voz baja)

    ¿El oficialismo hará la gran Cáffaro y desoirá olímpicamente a la ciudadanía renovándole la presidencia a Walter Unrein? ¿Repetirán la jugada de “el que puede, manda” y que el pueblo pida lo que quiera que nosotros hacemos lo que nos conviene?

    ¿Se repetirá la lógica de evitar la Presidencia ajena pero sin asumir la responsabilidad, como cuando Marcelo Matzkin ungió a Leandro Matilla como Presidente del Concejo Deliberante en un acto de alquimia política que dejó a todos preguntándose quién había ganado realmente? ¿Será Lautaro Fenestraz la alternativa de compromiso? ¿Es más fiable que Viviana Nazábal, que es bastante más peligrosa que una serpiente suelta en un jardín de infantes?

    ¿Se recuperará la tradición de escuchar a los vecinos y aplicar aquel viejo principio de “quien gana conduce, quien pierde acompaña”? ¿O esa frase ya pasó a integrar el panteón de las frases bonitas que suenan bien en los discursos pero que en la práctica nadie respeta?

    Las respuestas, queridos lectores, las conoceremos en los próximos capítulos de esta telenovela política que no para de dar sorpresas. O mejor dicho, que no para de confirmar lo que todos ya sabíamos: que en Zárate la rosca puede más que el voto.

     

    🕯️ Epílogo: la muerte de una cortesía (Y nadie fue al velorio)

    En los libros de ciencia política que juntaban polvo en las bibliotecas universitarias, Giovanni Sartori -ese italiano pesimista que tenía razón en casi todo- decía que las instituciones no sobreviven sin cultura política que las sostenga. Las instituciones son como las plantas: necesitan que las rieguen, que las cuiden, que alguien se ocupe. Si no, se secan y se mueren.

    Lo que se ve en Zárate -y en tantos municipios argentinos que podrían ser capítulos de la misma serie- no es sólo la caída de una práctica institucional: es el agotamiento, la muerte por inanición, de una cultura política que sabía mantener ciertos rituales de respeto democrático. Esos rituales que parecían pavadas pero que en realidad eran el pegamento que mantenía todo junto.

    Hoy, la cortesía republicana murió de indiferencia. Nadie la mató con un tiro, fue una muerte lenta, de esas que pasan desapercibidas hasta que un día te das cuenta de que ya no está y que nadie se acuerda de cuándo fue la última vez que la viste con vida.

    Y en su lugar quedaron las reglas del mercado político: quien puede, manda; quien negocia mejor, preside; quien gana en las urnas, espera su turno (si es que le llega algún día). Es como la fila del banco: vos creías que funcionaba por orden de llegada, pero resulta que los que tienen relaciones pasan primero.

     

    🎬 Final abierto (Porque la función continúa)

    ¿Cuáles serán los resultados? ¿Veremos un Concejo que respete la voluntad popular o uno más dedicado a la administración de intereses sectoriales y egos desbocados? ¿El oficialismo será humilde en la victoria o arrogante en la derrota? ¿La oposición hará oposición de verdad u oposición testimonial de esas que quedan bien en el discurso pero no cambian nada?

    La democracia, mientras tanto, sigue votando como si alguien la escuchara. Como ese amigo que te cuenta sus problemas pero que vos sabés que nunca va a seguir tus consejos. La democracia vota, espera, confía.

    Y del otro lado, en el recinto, la rosca sigue haciendo de las suyas. Porque total, ¿quién se acuerda después de las promesas de campaña? ¿Quién revisa si cumplieron con eso de respetar al electorado?

    La próxima sesión preparatoria del Concejo Deliberante dirá si en Zárate todavía existe un mínimo de decencia republicana o si definitivamente la rosca se comió todo. Nosotros seguiremos informando desde el manicomio, que es el mejor lugar para entender la locura política zarateña.

    ‘Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información’.

    RODOLFO WALSH – AGENCIA CLANDESTINA DE NOTICIAS

    Honorable Concejo Deliberante Marcelo Matzkin Municipalidad de Zárate Osvaldo Cáffaro Zárate
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    1 comentario

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