El 28 de mayo de 1991, el presidente checoslovaco Václav Havel aceptó el Premio Sonning por su contribución a la civilización europea que otorga la Universidad de Copenhague desde 1950. Al momento de recibir el premio, Havel dio un discurso muy interesante respecto por qué una persona puede desear el poder político. Entre otras cosas dijo el dramaturgo devenido en líder político ‘voy a un médico especial, no tengo que conducir un automóvil y mi conductor no necesita perder los estribos al pasar por Praga a paso de tortuga. No necesito cocinar o comprar para mí, y ni siquiera necesito marcar mi propio teléfono cuando quiero hablar con alguien. En otras palabras, me encuentro en el mundo de los privilegios, excepciones, ventajas; en el mundo de los VIP que gradualmente pierden la noción de cuánto cuesta la mantequilla o el boleto de un tranvía, cómo preparar una taza de café, cómo conducir un automóvil y cómo hacer una llamada telefónica. Me encuentro en el umbral mismo del mundo de los gatos gordos comunistas a quienes he criticado toda mi vida. Y lo peor de todo, todo tiene su propia lógica inexpugnable. Sería ridículo y despreciable para mí perder una reunión que sirviera a los intereses de mi país porque había pasado mi tiempo presidencial en la sala de espera de un dentista, o haciendo fila para comer carne, o luchando nerviosamente contra el decrépito sistema telefónico de Praga, o participando en la desesperada tarea de encontrar un taxi en Praga cuando obviamente no soy de Occidente y, por lo tanto, no estoy en posesión de dólares. Pero, ¿Dónde se detienen la lógica y la necesidad objetiva y comienzan las excusas? ¿Dónde se detiene el interés del país y comienza el amor a los privilegios? ¿Sabemos, y somos capaces de reconocer, el momento en que dejamos de preocuparnos por los intereses del país por el bien de los cuales toleramos estos privilegios y comenzamos a preocuparnos por las ventajas en sí mismas, lo que disculpamos apelando a los intereses del país?’
Esta realidad que describía Havel para su Chequia natal pudo comprobarse ayer en Argentina, a miles de kilómetros de distancia de la tierra de otro gran escritor, Franz Kafka.
La violencia que se desató contra el Ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires Sergio Berni hizo que las autoridades, que más allá de lo discursivo, en lo concreto viven esa realidad paralela que mencionaba Havel, vivieran por un momento la realidad de millones de bonaerenses.
La mayoría de los dirigentes viven una realidad paralela, en Narnia, donde todo se resuelve, donde todo encuentra respuesta. Porque tienen resueltos gran parte de los problemas que la mayoría de los argentinos no tiene resuelta. Como dice el vulgo ‘en una nube de pedos’.
Desde luego que es reprobable la búsqueda de justicia por mano propia, pero ¿Cómo actuar cuando ya no hay respuestas de quiénes deben darlas? ¿Qué esperaban que hicieran los choferes de colectivos? ¿Qué le pidieran por favor al Ministro que aumentaran las medidas de seguridad en pos de garantizar su seguridad? ¿Qué esperaban?
El nivel de hastío es total. Y Sergio Berni, por ser el único en ir y dar la cara ante los vecinos, sufrió las consecuencias de ese hastío. Porque el resto opina desde la comodidad de los despachos gubernamentales.
Pero el mensaje que tienen que entender los dirigentes y los gobernantes excede la violencia contra un Ministro, más allá de lo simbólico que significa que ese Ministro sea Berni con su fama de duro. El mensaje es claro. Esto así no va más. Y no va más ni la inseguridad que día a día golpea a los ciudadanos, ni la nube de pedos en la que viven muchos de quienes deben resolver el problema. Como tampoco los resuelven ni el gobernador de la Provincia ni sus ministros.
El problema no es Berni, el problema son los problemas que Berni no soluciona. Y esto excede al propio ministro, esto es algo que deben entender todos quienes creen interpelar y representar el pensamiento ciudadano.
La gente está harta, y como dijera Juan Perón el pueblo marchará con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes.
Y hoy muchos miran con preocupación que ese dirigente que se pone al frente es Javier Milei, pero gran parte del trabajo para ubicar a Milei en el lugar que hoy ocupa lo hicieron los mismos dirigentes que hoy lo critican tanto.
Porque después de 40 años de democracia los índices de pobreza son peores que 40 años atrás.
Porque después de 40 años de democracia los índices de seguridad son peores que 40 años atrás.
Porque después de 40 años de democracia los índices educativos son peores que 40 años atrás.
Porque después de 40 años de democracia la calidad de vida de la mayoría de los argentinos es peor que 40 años atrás.
Quizás solo en el futbol, y considerando tan solo los campeonatos mundiales masculinos, Argentina está hoy mejor que 40 años atrás.
Y entonces es lógico que, ante la impotencia, la reacción sea irracional, que es la más racional de las respuestas cuando estas no existen.
Por ahora las soluciones se buscan a los márgenes del sistema democrático… ¿Van a esperar traspasarlo?
Los argentinos sabemos que ese es un camino de ida del que es difícil volver. Estamos a tiempo de evitarlo.
Hacerlo, es responsabilidad de todos… pero fundamentalmente es responsabilidad de los gobernantes más que de ningún otro.
‘Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información’.
RODOLFO WALSH – AGENCIA CLANDESTINA DE NOTICIAS