En Argentina hay dos hipótesis que se utilizan recurrentemente para explicar el devenir político del país, que sin el peronismo no se puede gobernar y que el peronismo es el único partido que puede gobernar.
Y la llegada a la Presidencia de Mauricio Macri ha sometido a contrastación ambas hipótesis, puesto que es el primer Presidente argentino de los últimos 70 años que no surge de ninguno de los tres Partidos que históricamente ubicaron a alguien de sus filas en la Casa Rosada, el Partido Justicialista (peronismo), la Unión Cívica Radical y el Partido militar.
Esta irrupción, que inicialmente se dio en la Ciudad de Buenos Aires y que en rigor se formó inicialmente con desgajamientos de los dos partidos tradicionales y llegó al gobierno nacional en coalición con el Radicalismo, vino a trastocar los análisis previos puesto que sumado a su origen extra partidario de las organizaciones tradicionales, se sumó además que gobernó sus dos primeros años al frente del Poder Ejecutivo Nacional con marcada minoría n ambas Cámaras legislativas.
En este contexto, las elecciones de medio término de octubre pasado se convirtieron en un plebiscito a su gestión y en la posibilidad de dejar atrás la negociación permanente por la que había discurrido la primera mitad del mandato presidencial.
El contundente triunfo de octubre, que incluyó la derrota dela ex Presidente Cristina Fernández en manos de un ignoto ex Ministro de Educación, configuró un nuevo esquema de reparto de poder, y si bien no alcanzó para constituir a Cambiemos en una fuerza parlamentaria mayoritaria en términos de escaños, sí lo hizo en cuanto a poder político, lo que a muchos les hizo reeditar como propia aquella frase de Cristina Fernández de ‘Vamos por todo’.
Y así fue que tras las elecciones, y fundamentalmente tras el recambio parlamentario del 10 de diciembre, Cambiemos decidió avanzar con propuestas de gobierno que tenía demoradas por falta de apoyo parlamentario, y para garantizar su aprobación acordó con los barones provinciales del peronismo. Pero como decía Antonio Cafiero ‘el peronismo tiene 1 día de la lealtad y 364 de traiciones’, y cuando los gobernadores debían garantizar la aprobación de la Reforma Previsional hubo varios que sacaron los pies del plato, sin lograr que los legisladores de sus provincias acompañaran los acuerdos alcanzados por los gobernadores.
El jueves pasado, entonces, y con estos antecedentes, se pusieron de manifiesto que las dos hipótesis son, en realidad, dos caras de una misma moneda, puesto que sin el peronismo no se puede gobernar y el peronismo es el único partido que puede gobernar. En primer lugar porque este partido sigue contando con fuerte apoyo en provincias del interior en las que, como una suerte de síndrome de Estocolmo, los votantes siguen acompañando a los mismos que los gobernaron durante las últimas tres décadas y que no generaron mejoras sustantivas en sus vidas. En tales circunstancias, dado que el sistema argentino estipula que todas las provincias tienen igual representación, tres, en el Senado de la Nación y una representación proporcional en la Cámara de Diputados, aunque con sobrerepresentación de los Estados provinciales menos poblados y subrepresentación de los Estados provinciales menos populosos, un acuerdo con los barones es indispensable y allí el peronismo hace valer su poder, dado que gobierna 17 de las 24 circunscripciones.
A partir del acuerdo alcanzado entre el Ejecutivo nacional con los gobernadores, el Gobierno avanzó con la discusión en el Parlamento de la Reforma Previsional, pero no todos los Diputados siguieron lo acordado por los barones provinciales, y cuando quedó de manifiesto que no todos eran indispensables, se vio la otra cara de la moneda, que el peronismo es el único partido que puede gobernar, o dicho de otra manera, es el único partido que puede garantizar que otro partido pueda gobernar, y eso se vio claramente en el accionar de los diputados peronistas que una vez alcanzado el quórum mínimo para sesionar buscaron impedir la realización de la sesión por la fuerza.
Esto se acompañó de presión popular en las afueras del Congreso para impedir la aprobación de la norma y de una represión desmedida e injustificada que lo que consigue, muy lejos de lograr el orden social enunciado, es que incluso sectores afines al gobierno critiquen su accionar.
La historia reciente demuestra que el peronismo es imprescindible para poder gobernar Argentina, dado que desde su irrupción ningún gobierno de otro signo elegido democráticamente pudo terminar su mandato constitucional (la implicancia del peronismo en el golpe de mercado realizado a Alfonsín y en el empujón al precipicio del gobierno de De la Rúa es innegable), pero el creer que el peronismo negociará bajo ‘leyes’ que no sean las propias es de un infantilismo político enorme.
Cierto es que la mafia sólo conoce las leyes de la mafia, y que quien no es mafioso no debe aceptar esas leyes, pero la realidad es que con la mafia no se debe negociar, porque tarde o temprano termina imponiendo su ley. El gobierno tuvo un aprendizaje rápido el pasado jueves, y para superar la situación apeló a la peor herramienta, a la represión, haciendo retornar ciertos fantasmas de la historia argentina que nadie (o casi nadie) quiere que vuelvan.
Habrá que pensar nuevas salidas, puesto que es claro que teniendo las mismas soluciones sólo se repetirán los mismos errores. Conociendo las dos caras de la moneda, quizás es momento de tirarla por sobre el hombro y en esta época de Bitcoin, Lisk, BitShares y otras criptomonedas dar un salto cualitativo que haga que Argentina pueda largar lastre y pensar un futuro moderno en donde la mediación política no sea un impedimento para el desarrollo del país, porque como dice la marcha, ‘los muchachos peronistas todos unidos triunfaremos’ y cuando uno cree que están peleando entre ellos, como los gatos, en realidad se están reproduciendo.
Publicado en Diario 16, Madrid.
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