El viernes 29 de julio se cumplieron 50 años de uno de los más tristes acontecimientos vividos por la educación argentina, la Noche de los Bastones Largos, que toma su nombre del instrumento con el que los miembros de la Policía Federal sacaron de las aulas universitarias a profesores y estudiantes iniciando uno de los períodos más nefastos para los claustros universitarios nacionales.
Aquella noche, cuando las tropas policiales llegaron a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos, el decano Rolando García se encontraba junto con unas 200 personas en la sala del consejo directivo y cuando entraron los policías salió a recibirlos: ‘¿Cómo se atreve a cometer este atropello? Todavía soy el decano de esta casa de estudios’, increpó al uniformado que encabezaba el operativo. Un corpulento custodio rompió filas y le golpeó la cabeza con su bastón. Con sangre sobre la cara, el decano se levantó, y repitió sus palabras. El corpulento repitió el bastonazo.
Todo se había iniciado cuando el jefe de la Policía Federal, Mario Fonseca, dio la orden, a los gritos, “Sáquenlos a tiros, si es necesario. ¡Hay que limpiar esta cueva de marxistas!”. Este fue el inicio de uno de los mayores vaciamientos académicos del sistema académico argentino, que después se profundizaría durante la última dictadura militar. Tras la Noche de los Bastones Largos, emigraron 301 profesores universitarios, de los cuales 215 eran científicos, y 70 renunciaron a sus cátedras universitarias. Fue el inicio de lo que se conoció como la fuga de cerebros.
El día después, el 30 de julio de 1966, Onganía clausuró todas las universidades por tres semanas. Para el 22 de agosto la intervención había sido instrumentada. Ese día asumía Luis Botet como rector interventor de la UBA proclamando que ‘La autoridad está por encima de la ciencia’.
La Universidad y el país perdieron de entre sus filas a académicos de la talla de Risieri Frondizi, el mencionado Rolando García, Tulio Halperín Donghi, Gregorio Klimovsky o Manuel Sadosky, entre otros.
Este hecho fue el punto final para la política educativa y universitaria encabezada por Arturo Illia en su último período, que se caracterizó por el respeto irrestricto de los valores de la Reforma Universitaria de 1918, y la ubicación de la educación como un eje central del desarrollo nacional y el comienzo de la aplicación de políticas sectoriales restrictivas y represivas que más tarde continuaron con, por ejemplo, la designación de Oscar Ivanissevich como ministro de Educación y Justicia, durante el gobierno peronista quien, a su vez, designó a Alberto Ottalagano, autor del libro ‘Soy fascista, ¿y qué?’, como interventor de la UBA.
El fascismo que ingresó en la Universidad en 1966 con Onganía, tuvo su punto cúlmine con la intervención peronista de Ottalagano y se prolongó durante la última dictadura militar, encontrando fin con la elección de Raúl Alfonsín como Presidente de la República y la posterior designación de Francisco Delich como Rector normalizador de la Universidad de Buenos Aires, volviendo a los claustros los principios reformistas que nunca debieron haber dejado de guiar la política universitaria nacional.
Cincuenta años después no debemos dejar de recordar estos hechos de nuestra historia que nos muestran que es lo que no debemos repetir y cuál es el camino que no se debe seguir, porque sólo apostando a la educación y al desarrollo académico y científico del país, Argentina tiene futuro como un actor de relevancia en el concierto de las naciones, si así no fuera, sólo será un triste partenaire de lo que hagan otros.
A cincuenta años de una de las noches más oscuras para la educación argentina y para la Argentina, debemos recordar y repetir que NINGÚN BASTÓN PODRÁ APAGAR LA LUZ DE LAS IDEAS.
Publicado en La Reforma, General Pico.
http://www.diariolareforma.com.ar/2013/ningun-baston-podra-apagar-la-luz-de-las-ideas/