El pasado jueves el terrorismo volvió a atacar. Los 84 muertos de Niza hicieron temblar una vez más a Occidente. Sin embargo pareciera que estos muertos duelen más que los muertos de los atentados en Kenia, Irak, Siria, Somalia, Afganistán, Nigeria, Libia, Bangladesh, Mali, Pakistán, Yemen o Arabia Saudita, todos lugares que sufrieron atentados terroristas en esta primera mitad del mes de julio… o que duelen más que los más de 1000 muertos que dejaron su vida en aguas del Mediterráneo buscando su vida al otro lado del mar…
Las causas de la situación actual pueden rastrearse desde el accionar de las potencias europeas en las colonias de la región, hasta en el trato que se les da a los inmigrantes y sus descendientes en los propios países europeos, pasando por el sostenimiento, político y económico, de dictaduras y dictablandas, y la exacerbación de las diferencias entre grupos étnicos y religiosos para beneficio propio.
Y como cada vez que estos atentados generan terror en Occidente y ponen de manifiesto que los violentos están ganando la batalla, se suceden las imágenes de las víctimas y corren los ríos de tinta para hablar de las consecuencias del accionar terrorista, pero pocas imágenes se exhiben y poco se escribe en los medios masivos sobre las causas que llevan a esta situación que hoy vivimos todos, porque si algo queda claro es que el terrorismo gana la batalla porque siembra terror, y está empezando a cosechar sus frutos.
Como si fuera un pentakismyriohexakisquilioletracosiohexacontapentagonalis, el polígono con mayor cantidad de lados, 56645, la situación debe abordarse desde múltiples ángulos, pero esencialmente deben abordarse las causas que generan esta explosión de violencia a escala mundial y convierte a esta época, la nuestra, en una de las más violentas ¿no? bélicas.
Mientras las potencias centrales basan su accionar en la región en términos económicos financiando la destrucción para después financiar la reconstrucción, los ciudadanos de estos países son meras fichas en un tablero en el que juegan el G7, Rusia y la OTAN. Y por si no bastara, todo esto sazonado con fundamentalismos religiosos.
Y todo salta a la luz cuando la situación hace eclosión en sitios que nos son más cercanos en términos geográficos y culturales, entonces pareciera que los muertos duelen más si son franceses que si son bengalíes, o es peor el hundimiento del Costa Concordia que el hundimiento de una patera.
En el Costa Concordia murieron 32 personas por la negligencia de una persona, 32 ‘de los nuestros’, 32 ‘de los parecidos a nosotros’, y entonces es noticia una y otra vez… en las pateras del Mediterráneo murieron más de 1000 personas en lo que va del mes, pero no es noticia salvo que sea un caso muy paradigmático como el de Aylan Kurdi, y entonces sí ocupa todas las tapas de todos los diarios y todos los minutos de todas las televisiones y todos los portales de todas las páginas de noticias.
Aylan Kurdi, y su familia, y sus compañeros de patera, y sus vecinos que quedaron en Siria, todos ellos son víctimas de terrorismo, de un terrorismo silencioso y amparado por los organismos internacionales, de un terrorismo que no sale en los medios de comunicación, de un terrorismo que se hace por el fundamentalismo religioso del dios capitalismo y su expresión terrenal, el dinero.
Deberíamos replantearnos como sociedad por qué no nos duelen igual todas las muertes. Por qué si el muerto se nos parece nos duele y si es diferente nos duele menos. Por qué no logramos, como pedía Guevara, ser capaces siempre de sentir, en lo más hondo, cualquier injusticia realizada contra cualquiera, en cualquier parte del mundo.
Mientras no lo logremos, la batalla está perdida… y la guerra también.