Treinta y tres años atrás moría Arturo Umberto Illia, uno de los últimos ejemplos de dirigente político honesto, capacitado y decidido, que vio truncado su gobierno por las 20 manzanas que rodean a la casa de gobierno y una quinta en Madrid. En 1966 cuando fue derrocado la mayoría de la sociedad miró al costado y fue sólo hacia el final de su vida que comenzó a ser reconocido por su accionar, pero no por aquello que decía Perón respecto a que ‘no es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores’ sino porque las virtudes que portaba Arturo Illia no eran reconocidas como un valor en si mismo por la sociedad argentina.
Treinta dos años después de la muerte de Illia moría ¿asesinado? en su casa el fiscal Alberto Nisman, el día anterior a denunciar en el Congreso Nacional a la Presidente de la República. En esta oportunidad parte de la sociedad también miró al costado, y mientras hubo muchos que marchamos pidiendo el esclarecimiento de su muerte por lo que ello significaba, muchos otros eligieron cerrar los ojos porque entendían que lo que estaba detrás de eso era la crítica al gobierno de turno. Una vez más, y como en 1966, se ponían por delante de los intereses de la sociedad los mezquinos intereses personales.
Casi un año después de la muerte de Nisman, la Justicia jujeña solicitó la detención de Milagro Sala, acusada de ‘instigación a cometer delitos y tumultos en concurso real’, y una vez más se pone por delante todo los intereses personales, puesto que no se cuestiona la detención por creerla inocente sino porque se la entiende como un ataque a una forma de concebir la participación política. Se argumenta que ‘no se puede detener a una militante social’, como si ello significara un salvoconducto para hacer lo que se quiera sin rendir cuentas a nada ni a nadie. Se afirma que por ser Parlamentaria del MERCOSUR tiene fueros (que no los tiene), como si eso también le permitiera delinquir, según entiende la justicia jujeña, a su antojo.
Es claro que nuestro problema es grave. No es un problema económico, ni siquiera es un problema educativo. Es un problema mucho más grave, es un problema muchísimo más grave, es un problema de valores.
Decía Atahualpa Yupanqui que ‘algunos hombres se mueren para volver a nacer’, ojalá este sea el caso, y que a treinta y tres años renazcamos societalmente con aquellos valores que tanto nos enorgullecen en Arturo Illia, la honradez, la decencia, la decisión, el coraje, la capacidad, que pese a que lo que muchos creen no se homenajean en un billete de curso legal, sino en las acciones legales que cursamos día a día.
Publicado en El Día, La Plata.
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