La detención días atrás, tras meses de investigación, del supuesto cerebro de los atentados de París, Salah Abdeslam, pretendía demostrar que las autoridades podía llegar a detener a quienes habían delinquido en contra de la sociedad, exponiendo que ningún implicado en hechos de terrorismo podía quedar a salvo del brazo de la justicia, por mucho que se esconda.
Sin embargo tres días después, y como si fuera un capítulo más en esta lucha sin cuartel, el terrorismo demostró que nadie ni nada queda a salvo del brazo de sus acciones y que el Estado no puede garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos.
El terrorismo nos está ganando la pelea. Debemos reconocerlo para poder avanzar en el sentido correcto. Mientras Europa se ‘asusta’ por los refugiados que arriban a sus tierras, los refugiados no son el problema, ni siquiera traen un problema de seguridad consigo.
Salah Abdeslam no es refugiado. Es belga. Es hijo de belgas. Y contó con la complicidad de vecinos que no estaban sospechados de terrorismo, que no son inmigrantes, que no profesan la misma religión ¿Comenzará Bélgica una caza de brujas con sus ciudadanos entonces? El fanatismo no tiene nacionalidad, ideología ni creencia, la razón de ser del terrorismo es sembrar terror, y por estos días lo están consiguiendo.
Uno de los atentados de hoy fue en la estación de subterráneo del mismo barrio en el que fue detenido Abdeslam, Maelbeek, que a su vez es cercano a las sedes de las instituciones europeas. El mensaje es claro y contundente.
Cuatro meses después de los atentados en París, el terrorismo vuelve a golpear Europa, como antes Londres y Madrid, una nueva capital europea se suma a la luctuosa lista de ser parte de las víctimas del terrorismo.
Durante este tiempo, los gobiernos no lograron respuestas concretas de cómo enfrentarlo, ni siquiera pudieron acordar acciones conjuntas que trajeran mayor seguridad a sus ciudadanos, y el ver como organizaciones como ISIS se nutren de combatientes así lo demuestra.
El tiempo que viene traerá consigo mayor control de los ciudadanos y mayor acción policíaca pero, paradójicamente y a la par, mayor inseguridad. Menos derechos y menos privacidad, más violencia e injerencia en la vida privada de los ciudadanos. La experiencia reciente demuestra que este tipo de acciones son insuficientes.
El problema es más complejo, y en su intento de solución debemos involucrarnos todos. Pero en serio, sin dobles discursos y, muchos menos, sin doble moral, concretizando las acciones que se teorizan en los discursos y los papeles. Sólo así, el futuro será más claro y limpio que lo que hoy lo vemos. De nosotros depende.
Publicado en El Economista, Buenos Aires.