El pasado 14 de noviembre se cumplieron 109 años del asesinato de Ramón Falcón por parte del militante anarquista Simón Radowitzky, y a diferencia de otros años, hubo quienes pretendieron recordarlo y celebrarlo de una manera muy particular.
El coronel Ramón Falcón fue militar y Jefe de Policía, y se caracterizó por su virulencia para la represión de las marchas de los trabajadores. Lo hizo inicialmente en 1906 cuando mandó a reprimir a los participantes del acto del día del trabajador, provocando numerosos muertos y heridos (número que no se conoce con precisión puesto que quienes debían informarlo estaban más preocupados en seguir reprimiendo que en cualquier otra cosa) y lo repitió en 1909. En esta oportunidad mandó a reprimir nuevamente la protesta obrera, lo que provocó la convocatoria a una huelga para forzar la renuncia de Falcón. Lejos de conseguir su objetivo, los anarquistas recibieron balazos y violencia por doquier, mientras el coronel Falcón era confirmado en su cargo.
Esta situación parece no haber satisfecho del todo al militante ucraniano Simón Radowitky, quien procuró obtener de manera individual lo que colectivamente no habían podido lograr, el cese de Falcón al frente del Departamento de Policía, y lo hizo como mejor lo sabía hacer, con una bomba incendiaria que provocó su muerte.
109 años después el anarquismo está lejos de ser la fuerza que supo ser en Argentina a comienzos del siglo pasado, pero es azuzado como un cuco cuando se quieren imponer ciertas cuestiones, dado que lejos de ser lo que el anarquismo fomenta, en el inconsciente colectivo se asocia a esta ideología con el desorden y el caos. Y este 2018, volvió a ocurrir lo de siempre, a partir de un hecho concreto y delimitado se busca echar por tierra un entramado de pensamiento que no basa su ideario ni su accionar en las acciones violentas, aunque no renuncia a ella.
El pasado 14 de noviembre una pareja se acercó al Cementerio de la Recoleta con el objetivo de recordar la muerte de Falcón, y lo hicieron junto a un explosivo de fabricación casera que pretendían hacer estallar en la tumba del represor, pero las cosas no salieron como lo imaginaron y el artefacto detonó en manos de quien lo portaba provocándole importantes heridas.
Rápidamente se salió a cuestionar al anarquismo que pretendía sembrar el caos a pocos días del inicio de la cumbre del G20 en Buenos Aires. El diario La Nación afirmó que ‘la ciudad se estremeció’ con el intento de atentado, lo cual dista mucho de la realidad. Muy por el contrario, aunque en cierta línea con lo enunciado, el diario La Nación pretendía estremecer a la población a partir de otorgarle un poder a quienes intentaron atentar que en realidad no tienen.
Y esto quedó de manifiesto cuando las averiguaciones judiciales llevaron a la policía a allanar el Ateneo Anarquista de Constitución, que funciona en la sede de la Federación Libertaria Argentina y curiosamente, según los miembros de las fuerzas policiales, no se encontró ‘nada importante, parece todo muy ordenado ahí adentro’. Resulta que quienes promueven el desorden y el caos, lo hacen desde un lugar en orden y organizado, muy paradójico.
En realidad, más de un siglo atrás el anarquismo cuestionó el orden vigente, pero eso no significaba que propusiera el desorden, sino que en realidad lo que se proponía era otro tipo de orden basado en la fraternidad y la solidaridad, en vivir sin dios, ni amo ni patrón, y en este sentido cuestionaban a la Iglesia y al Estado, y cierto es que hubo quienes ejercieron este cuestionamiento de una manera violenta (Radowitzky es un ejemplo de ello)… pero eso ocurrió más de un siglo atrás.
Creer que esa lógica se mantiene hoy en día dista mucho de la realidad, y lo que en realidad se busca es alimentar un cuco temerario que viene a buscar romper con el status quo para estar peor que antes, por eso cada vez que se genera una situación de desorden se afirma que se busca implantar la anarquía, cuando en realidad el anarquismo de estos días se enrola más en la autogestión y el cuestionamiento a la autoridad formal que en el combate efectivo de quienes la llevan a cabo.
Para tomar un ejemplo, Kropotkin decía varias décadas atrás que ‘La única iglesia que ilumina es la que arde’, y curiosamente quienes quemaron las iglesias en Argentina también combatieron a los anarquistas, porque estos combatían al fascismo (ya decía Durruti que al fascismo no se lo discute, se lo combate) y quienes quemaban las iglesias tenían mucho en común con el fascismo reinante en aquellos tiempos.
Pero el señalar a los militantes anarquistas como incitadores del desorden es redituable y cierra filas, puesto que unánimemente medios, funcionarios y políticos salieron a indicar que ‘los anarquistas quieren sembrar el caos’, y da lugar a que se implementen variadas acciones represivas y de mano en pos de evitar tal caos. Incluso para desacreditar a quienes fueron detenidos se los indicaba como beneficiarios de un plan social. A tal punto llega la ignorancia de la crítica que se mencionaba que quienes dicen combatir al Estado se financiaban de este. La ecuación es clara. Si se es anarquista no se recibe nada del Estado y si se recibe algo del Estado no se es anarquista.
Pero no se trata de eso y así lo reconoce la propia Federación Libertaria Argentina (FLA) cuando sostiene que ‘Actualmente la FLA se ve revitalizada por un recambio generacional y cierto auge de las ideas ácratas que se constata en todo el mundo. Es imposible, sin embargo, asimilar su funcionamiento a etapas anteriores. Su larga historia, que arranca a principios de la década de 1930 atravesó momentos diferentes, adaptándose a coyunturas cambiantes y cometiendo errores y aciertos. La revitalización actual no puede compararse con su estructuración originaria, en la cual más de 50 grupos cubrían la militancia de todo el país. Ahora vivimos un resurgir incipiente de nuevas generaciones, que tendrán que generar su propia experiencia, y salvar el desconocimiento de vivencias anteriores, dejado por la muerte de viejos y valiosos compañeros.’
Desde sus orígenes el anarquismo procuró ‘transferir la capacidad de decisión al conjunto de la sociedad’ y está claro que ‘no es una tarea sencilla, la de agitar, sin violencia ni coacción de ninguna clase, las mentes y los corazones de tantas personas que viven instaladas en la apatía y la desesperanza. Por supuesto, las ideas por sí solas poco significan si no se instalan en nuestra realidad cotidiana y van incidiendo en procesos sociales en los que las personas participan’, porque las bases ‘(d)el imaginario anarquista son el apoyo mutuo, la acción directa, el rechazo a todo tipo de dominación y la construcción de una libertad en base a la igualdad’. Cualquier otra realidad dista mucho de lo que plantea el anarquismo en el siglo XXI.
Se mantienen los valores, se cambian los métodos, pese a que haya muchos que quieren y a quienes conviene, hacer creer que el anarquismo propone la violencia, el desorden y el caos… y que lo pueden llevar adelante en cualquier momento.
Nada de eso es cierto, solo tienen el atrevimiento de pensar una sociedad distinta, basada en otros valores y creencias, en donde la solidaridad y la fraternidad se impongan sobre la competencia y la meritocracia, una sociedad en la que el individuo valga como tal, por lo que es y no por lo que tiene, una sociedad en la que todos puedan tener el derecho a tener el poder.
Como dice Ska P, es necesario recuperar ‘ideas anarquistas que le entreguen al pueblo el poder’.
Salud y anarquía.
Publicado en Diario 16, Madrid.
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